Homúnculo
El término homúnculo (del latín homúnculos, 'hombrecillo'; a veces escrito homúnculos)
es el diminutivo del doble de un humano y se usa frecuentemente
para ilustrar el misterio de un proceso importante en alquimia. En el sentido
hermético es un actor primordial incognoscible, puede ser visto como una entidad o agente. Los alquimistas creen que el proceso para crear esta
entidad es simbólico.

Historia
El término
parece haber sido usado por primera vez por el alquimista Paracelso, quien una vez afirmó haber creado un homúnculo al
intentar encontrar la piedra filosofal. La criatura no habría medido más de 30
centímetros de alto y hacía el trabajo normalmente asociado con los golems.
Sin embargo, tras poco tiempo, el homúnculo se volvía contra su creador y huía.
La receta para crearlo consistía en una bolsa de carbón, mercurio, fragmentos
de piel o pelo de cualquier humano o animal del que el homúnculo sería un
híbrido. Todo esto había de enterrarse rodeado de estiércol de caballo durante
cuarenta días, tiempo en el cual el embrión estaría formado en el seno de la
Tierra.
Hay también
variantes citadas por otros alquimistas. Una de ellas implicaba usar mandrágora. Las creencias
populares sostenían que esta planta crecía donde caía al suelo el semen que los
ahorcados emitían durante las últimas convulsiones antes de la muerte (o
putrefacción en alquimia), además, sus raíces tiene una forma vagamente
parecida hasta cierto punto a un ser humano. La raíz había de ser recogida
antes del amanecer de una mañana de viernes por un perro negro, siendo entonces
lavada y «alimentada» con leche y miel y, en algunas recetas, sangre, con lo
cual se terminaría de desarrollar en un humano en miniatura que guardaría y
protegería a su dueño. Un tercer método, citado por el Doctor David
Christianus en la Universidad de Giessen durante
el siglo XVIII, era tomar un huevo puesto por una gallina negra,
practicar un pequeño agujero en la cáscara, reemplazar una porción de clara del
tamaño de una alubia por esperma humano, sellar la abertura con pergamino
virgen y enterrar el huevo en estiércol el primer día del ciclo lunar de marzo.
Tras treinta días surgiría del huevo un humanoide en miniatura que ayudaría y
protegería a su creador a cambio de una dieta regular de semillas de lavanda y lombrices.
El término
homúnculo fue posteriormente usado en la discusión de la concepción y el
nacimiento. En 1694, Nicolas
Hartsoeker descubrió «animálculos» en el esperma de humanos y
otros animales. La escasa resolución de aquellos primeros microscopios hizo parecer que la cabeza del
espermatozoide era un hombre completo en miniatura. A raíz de ahí se desataron
las teorías que afirmaban que el esperma era de hecho un «hombre pequeño» (homúnculo)
que se ponía dentro de una mujer para que creciese hasta ser un niño; éstos llegarían
más tarde a ser conocidos como los espermitas. Se pensaba que ya desde Adán estaba enclaustrada toda la humanidad, que se iría
transmitiendo a su descendencia. Esta teoría biológica permitía explicar de
forma coherente muchos de los misterios de la concepción (por ejemplo, por qué
necesita de dos). Sin embargo más tarde se señaló que si el esperma era un
homúnculo, idéntico a un adulto en todo salvo en el tamaño, entonces el
homúnculo debía tener su propio esperma. Esto llevó a una reducción al absurdo, con
una cadena de homúnculos «siempre hacia abajo».
Por su parte Goethe también popularizó el término, ya que denominó homúnculos al
pequeño ser que creó el antiguo alumno de Fausto; Wagner, mediante operaciones quirúrgicas.
Actualmente
el término se usa de determinadas formas para describir sistemas que se cree
que funcionan gracias a los «hombrecillos» de su interior. Por ejemplo, el
homúnculo sigue siendo una de las principales teorías sobre el origen de la conciencia, que afirma que es una parte (o proceso) del
cerebro cuyo cometido es ser «tú». El homúnculo se cita con frecuencia también
en la cibernética, por razones similares.